CONSIDERACIONES FINALES

La transversalidad y la interdisciplinariedad del tema de la muerte llama la atención, pues es un tópico de interés universal. Así que reflexionar sobre este tema es tarea de los expertos preocupados en descifrar cómo las sociedades humanas viven, manipulan, interpretan, resignifican y representan el complejo acto de morir.

Durante muchos años la historiografía ignoró el tema de la muerte como un objeto histórico de primera grandeza a pesar de, hoy en día, ser raro pensar que los significados sociales atribuidos a la muerte no han cambiado a lo largo de los siglos y que, hasta el siglo XX, no habían despertado un gran interés de investigación por parte de la historiografía. El interés intelectual sólo cambió, considerablemente, con las investigaciones sobre el prisma de la historia de las mentalidades en Francia. A partir de entonces, publicaciones de impacto surgieron para popularizar, definitivamente, las investigaciones históricas sobre el tema de la muerte y del morir en diferentes países como hemos visto en el capítulo uno.

En los días actuales, el enfoque son los estudios de caso con temática sobre la muerte y el morir a partir de la contribución de los aportes de la Antropología Histórica y de la Historia Cultural con el énfasis en los aspectos culturales y las dimensiones simbólicas del morir. En síntesis, los estudios actuales demuestran que el tema no se agotó, más sí que, cada vez más, surgen nuevos problemas y cuestiones acerca de los agentes, de las prácticas, de los ritos y de las imágenes sobre el tema.

El Arte de Bien Morir se constituye como una fuente importante para los expertos que se proponen investigar las prácticas, los ritos, los sacramentos y los imaginarios que están relacionados con la vivencia de la muerte en la sociedad cristiana europea del siglo XV. Otra cuestión fundamental es que el desarrollo del género literario de las “artes del morir” ocurrió en paralelo con los cambios en la historia del libro, del surgimiento de la imprenta y de la popularización de las xilografías y de los grabados en Europa, particularmente, en la Península Ibérica.

La complejidad del objeto libro se manifiesta tanto en relación a su materialidad y a su proceso de fabricación/impresión como a las prácticas de lectura, meditación y oración asociadas a él que se despliegan en diferentes funciones y posibles usos a lo largo del tiempo. A partir del siglo XIII, las prácticas de escuchar/leer y meditar sobre la historia sagrada se hicieron necesarias para los laicos que querían aspirar a una vida más santificada. Además, la lectura en público y en voz alta se convirtió, paulatinamente, en un proceso murmurado o silencioso y privado, ya que se creía que la lectura individual favorecía la meditación y un mejor aprendizaje (Cavallo y Chartier, 1998, p. 17). Por lo tanto, el acto de leer fue asociado con el acto de memorizar.

La pedagogía del bien morir propuesta por el Ars Moriendi fue construida a partir de la inseparable relación entre el texto y la imagen. Incluso hoy en día cuando el libro está, en principio, al alcance de todos, la imagen conserva una fascinación inmediata que el texto no tiene. Podemos decir que, si el códice del Arte de Bien Morir no tuviera imágenes, la comprensión y la recepción del contenido del libro sería diferente, ya que el códice fue diseñado tanto para ser leído como para ser visto. De hecho, el gran éxito de difusión del libro por toda Europa puede estar relacionado con la cantidad y expresividad de las imágenes presentes en los incunables.

La ausencia de un duodécimo grabado en las ediciones impresas del Ars Moriendi - con la representación visual de la mala muerte y de los castigos infernales - indica el grado de inefabilidad que se esperaba de la pedagogía del bien morir. En este sentido, es posible explicar por qué no era necesario mostrar un ejemplo negativo, una mala muerte, en la serie de grabados: según la lógica narrativa del libro, si el creyente seguía las múltiples recomendaciones contenidas en el texto y que también fueron ejemplificados en las imágenes habría un solo destino posible: el reposo del alma en el Paraíso.

La aparente pasividad del moribundo tanto en el texto como en los grabados se justifica, ya que el objetivo del libro era preocuparse por la salvación del alma y no por la muerte física. Esta posible inercia también se explica en las imágenes porque la lucha que aqueja al moribundo es mucho más interna que externa: su conciencia era la responsable por elegir el camino del bien o el camino del mal.

Uno de los objetivos de este adoctrinamiento era hacer creer que cada cristiano era responsable por su destino después de la muerte. Si la vida terrenal era “invadida” por ángeles y demonios en una lucha escatológica constante, correspondía al cristiano decidir el desenlace de su historia. De esta forma, el Arte de Bien Morir buscaba enfatizar que el acto de pecar era una elección consciente y que tenía graves consecuencias para la salud del alma.

La elección de las actitudes consideradas correctas o pecaminosas en el Arte de Bien Morir no se hizo de manera inocente y arbitraria. Cada opción siempre tuvo como objetivo brindar un modelo ideal o su contrapunto. Estos servían, por tanto, para describir, condenar o reafirmar una categoría específica de comportamiento. De esta forma, el objetivo didáctico del manual fue basado en la construcción de una narración sencilla, directa y llena de ejemplos que mostraban los diálogos entre los demonios y los ángeles con el moribundo y que, a su vez, presentaba una lección moral para el autor/oyente de la obra. Una vez más, es necesario enfatizar que el objetivo del libro sólo podría lograrse a partir de la asociación entre leer/escuchar el texto y ver las imágenes.

Para comprender el propósito del autor anónimo al condenar ciertas actitudes consideradas como vicios y pecados en el Arte de Bien Morir, es necesario recordar que el discurso sobre los pecadores también fue una manifestación de la preocupación de la Iglesia por mantener el orden social. La concepción y ordenación del mundo cristiano medieval mostró una constante aprehensión con la presencia entendida como real y continua del Diablo y su séquito de seguidores en la vida cotidiana que, según la interpretación católica, pretendía romper con el pacto social y provocar una ruptura.

De los dos pecados recordados en el Arte de Bien Morir -la vanagloria y la avaricia respectivamentecabe señalar la notable evolución de la promoción de este último pecado que, a partir del siglo XII, comenzó a competir con el orgullo por la primacía del septenario de pecados. Tal como enseña el Arte de Bien Morir, la vanagloria era el pecado que estaba más asociado a los clérigos lo que podría, por extensión, referirse a todos los dominantes, es decir, aquellos que tenían un papel social destacado. Por lo tanto, ellos podrían ser más fácilmente tentados por un deseo excesivo de elevación, gloria y reconocimiento. Por estas razones, la soberbia era considerada un pecado feudal y clerical, ya que ella rompía el pacto entre el señor y el servo (en alusión a los papeles protagonizados por Dios Padre y Lucifer en el inicio de los tiempos) así como interferir en la dinámica de la jerarquía social ya establecida (Baschet, 2006, p. 379).

Fue en la Baja Edad Media que la avaricia comenzó a asumir una mayor prominencia en los tratados teológicos a medida que el dinero pasó a tener una importancia creciente en la vida cotidiana. Como ya fue mencionado, el carácter sospechoso del avaro fue recurrente en los sermones y en los exempla que pretendían desvalorizar la profesión de los comerciantes y, sobre todo, de los banqueros que realizaban préstamos a interés. De modo que el pecado de la avaricia fue una manifestación de la preocupación excesiva por los bienes materiales y por las personas, como también fue representado en los grabados del Arte de Bien Morir.

El discurso sobre los vicios y los pecados fue un instrumento notable a través del cual la Iglesia difundió sus valores dentro de la sociedad y aumentó su poder de control sobre ella. Así, la institución eclesiástica indicaba los pecados y los vicios que debían ser evitados y tenía el “monopolio” del perdón y de la absolución de estos porque sería la única institución autorizada a manipular los ritos capaces de neutralizar la enfermedad espiritual mediante la realización de los sacramentos. Al mismo tiempo que la predicación pastoral en la Baja Edad Media buscaba crear un ambiente de culpabilización de los fieles, también valoraba los medios para alcanzar la salvación que ofrecía el clero.

A partir del análisis de la acción demoníaca en el Arte del Bien Morir, es posible concluir que para el autor del libro -y probablemente reflejando un consenso en la épocalas tentaciones terrenales eran entendidas como un mal necesario y temporal para poner a prueba la fe y convicción de cada cristiano. Es decir, a pesar del discurso amenazante, los demonios actuaron, en la narración, con el permiso de Dios al mismo tiempo que también eran ofrecidos consejos angelicales al enfermo. Un contrapunto necesario para aligerar la historia y brindar esperanza y aliento a los lectores/oyentes.

La figura del Diablo representaba el reverso de la doctrina y encarnaba el mundo del caos versus el orden hermosamente expresado por el Paraíso – en el mundo celestial – y por la Iglesia – en el espacio terrenal. Por tanto, ocuparse de los pecados y más concretamente del éxito del septenario en la teología medieval significa destacar que la institución eclesiástica pretendía sostener un discurso sobre el buen orden de la sociedad al mismo tiempo que mostraba una notable capacidad de reinvención.

De hecho, también es necesario destacar el papel crucial del lector/ oyente del libro para el éxito de la pedagogía del bien morir y para la popularización de las versiones vernáculas del Ars Moriendi, pues la recepción literaria - y su supervivencia y reinvención a lo largo de los siglos - nos indica que los sentidos del texto fueron adaptados a cada contexto social y religioso específico. Además, la subjetividad del lector es un factor de extrema importancia para comprender los usos de la narrativa y su impacto en las prácticas sociales y culturales. Así, el público es el responsable por actualizar la obra en el seno social y por proporcionar un nuevo sentido a ella, mismo que el tema del libro sea la preparación ideal para el bien morir.

Desde la Antigüedad tardía hasta el siglo XVIII, la iglesia fue la principal institución responsable por organizar y controlar tanto los rituales fúnebres como la memoria de los muertos en el Occidente cristiano a partir de la utilización de una pedagogía del bien morir, o sea, de una justificativa teológica y de un método específico que era capaz de enseñar y hacer aprender a cómo comportarse delante de la muerte con el objetivo último de conquistar la salvación del alma. Así que, durante siglos, fue extremamente importante prepararse espiritual y socialmente para el fin de la vida terrenal.

En el capítulo tres vimos que la buena muerte era nada más que la construcción de un discurso y de un sistema de creencias que pretendía unificar los ritos cristianos, las actitudes y los pensamientos alrededor del tema del fin terrenal con la propagación de las ediciones manuscritas, impresas, en latín o en vernáculo del Ars Moriendi. De hecho, la intención era convencer a todos que era mejor estar preparado para la muerte con antelación. O sea, la popularización de los manuales de bien morir en los reinos cristianos ayudó a crear un tipo ideal de muerte, al cual todos los cristianos deberían aceptar su destino con paciencia y sin resignación, ya que este habría sido elegido por Dios. La buena muerte, por fin, significaba la recompensa positiva por seguir los enseñamientos de la Iglesia y por mantener el sistema de creencias en funcionamiento, así como la lógica del orden social vigente.

En el capítulo cuatro se ha remarcado la importancia de la imprenta y de los incunables para la popularización de la pedagogía del bien morir en Europa y, especialmente, en el reino de Aragón con Pablo Hurus, impresor, comerciante y vendedor de libros de la época. El humanismo y la difusión de los libros en vernáculos también formaron parte del contexto cultural y social que permitió el éxito de las ediciones del Ars Moriendi en la Península Ibérica y en los demás reinos cristianos.

Con el análisis de las imágenes y de las prácticas en el capítulo cinco, hemos visto que algunos de los requisitos para lograr una buena muerte era tener la ayuda colectiva. Aunque la muerte sea individual - así como el juicio que tiene lugar inmediatamente después del fin terrenal - las imágenes analizadas refuerzan la idea de que morir solo no era una buena idea porque, al final de la vida, el cristiano sería tentado y su fe sería puesta a prueba. Además, el cuerpo físico es frágil y necesita apoyo, incluso emocional, de los seres queridos y, sobre todo, de la figura del sacerdote o de los monjes.

También vimos que era necesario ocurrir algunos rituales específicos para garantizar una buena muerte: el examen de conciencia, la confesión y el arrepentimiento de los pecados, ritos que estaban basados en la creencia de la misericordia divina. Esta tríada de ritos era esencial para escapar de las llamas eternas conforme fue definido en el IV Concilio de Letrán. Leer extractos de los textos sagrados o de la vida de los santos de devoción también fue altamente recomendado, ya que estas historias ayudaban a calmar al creyente. Funcionaban como un recordatorio positivo y necesario más allá de la entonación de oraciones por la misericordia divina y de las oraciones de encomendación del alma. La vela era otro símbolo recurrente, así como la representación del momento de la muerte que se esperaba en la cama.

La pedagogía propuesta por el Arte de Bien Morir implicaba la movilización de los sentidos. Desde el atractivo visual, provocado principalmente por el impacto de las imágenes llenas de demonios, ángeles y santos, el espectador enfrentaba, delante de sus ojos, las tentaciones y las posibles dudas delante del inminente fin. Los oídos participaban en el proceso de aprendizaje, ya que el contenido del códice también podría ser transmitido oralmente.

La boca era el principal instrumento que permitía la verbalización de los pecados y la última confesión. Así, el discurso tanto del moribundo -que confesaba sus pecadoscomo del sacerdote que los escuchaba y perdonabaeran necesarios para lograr el perdón de las culpas y la posibilidad de una buena muerte. La recitación de oraciones en voz alta, especialmente el Credo in Deum, también sería muy útil, ya que se creía que esta oración era eficaz para ahuyentar a los demonios. También se requeriría tacto, ya que el clero debería incentivar a los fieles a sostener imágenes devotas, un crucifijo o una vela que también simboliza a Cristo, la luz del mundo.

En el capítulo sexto hemos visto el poder de las imágenes en la historia de la humanidad y, en especial, en la cultura cristiana y su impacto tanto en la construcción y renovación tanto de la imaginaría como de las prácticas. En resumen, nuestra intención en este libro fue demostrar cómo las imágenes cristianas podrían hacer creer y ayudar a resignificar la pedagogía de la buena muerte en la Baja Edad Media, así como demostrar de qué forma estas imágenes estaban cargadas de valores simbólicos y de idealizaciones. Fue reflexionar sobre su poder, sus modos de manipulación y de interacción tanto en el seno social como en las prácticas espirituales.

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